Miguel Ángel Fornerín

En el Breviario sin límites (Santuario, 2011), César Augusto Zapata (Santo Domingo, 1959) construye un conjunto de relatos que se destacan, además de su brevedad, por un modo muy particular de narrar los acontecimientos y las circunstancias en que se encuentran los personajes. El lenguaje es directo y pocas veces poético, sin que esto impida en nada que capte la atención del lector y que se pueda valorar como un conjunto textual de altos vuelos estéticos.

César Augusto Zapata

            Desde que Max Henríquez Ureña recogiera en la década de 1930, un corpus del cuento dominicano (Veinte cuentos de autores dominicanos, 1995), aparece registrado en nuestra historia literaria el cuento psicológico, como “Alma dolorosa” de Tulio M. Cestero. Podemos decir que es un tipo de narración muy abundante y que se le ha prestado poca atención.  Autores como Virgilio Díaz Grullón, Marcio Veloz Maggiolo y José Alcántara Almánzar se han unido a Juan Bosch y han publicado verdaderas joyas en el arte de la narrativa psicológica.

            No nos proponemos aquí hacer una exposición completa sobre este tipo de cuentos. Podríamos a guisa de ilustrar al lector menos informado de textos como “El indio Manuel Sicuri”, “La muchacha de la Guaira”, “Hacia el puerto de origen”, “La mancha indeleble”, para solo mencionar algunos de los más extraordinarios de Bosch, aunque me dirán los conocedores que algunos de estos rozan el existencialismo.

            Los cuentos de Veloz Maggiolo, como “La fértil agonía del amor”, “Camino al ministerio” … también muestran la misma temática, así como su novela “Los ángeles de hueso”; Alcántara Almánzar, por otra parte, explora este tema en varios cuentos muy singulares: “La obsesión de Eva”, “Callejón sin salida”, “El zurdo”, etc.

            Como el cuentista de la interioridad del sujeto se reconoce a Virgilio Díaz Grullón que inicia la publicación de su obra en la década de 1950, con Un día cualquiera (1958), ganador del Premio Nacional de Cuento. Y se destacan: “El pequeño culpable”, “Matar un ratón” …; Las novelas de Lacay Polanco, de corte existencialista, exponen en elementos que pueden considerarse como psicológicos, por ejemplo, En su niebla (1950) y El hombre de piedra (1959).

            Diseño este marco para poder ubicar y analizar la narrativa de César Augusto Zapata que busca explicar o indagar en la interioridad de los personajes. Una escritura que es muy singular entre los narradores de los ochenta que, en el caso de Zapata y René Rodríguez Soriano, pasan de la poesía a la narrativa. Aunque lo que hace Zapata se distancie de Rodríguez Soriano por la forma en que el primero elabora su obra sin que lo poético sea el centro de su escritura. Sino una prosa muy tensa, rítmica, de logros conceptuales y giros que le dan un perfil propio. Distanciándose también de la prosa regular de muchos de los escritores y escribidores de nuestra época, cuya catadura se nota al leer el primer párrafo.

            Sabe el autor crear situaciones que exploran el mundo interior de sus personajes, con elementos simbólicos recurrentes como la pared (muy usada en la literatura inglesa de este tipo) y la ventana; símbolos analizados por Gastón Bachelard, en Poética del espacio y expuestos en varias obras de Virginia Wolff, como To the Lighthouse y Mrs Dalloway, que aprisionan o enmarcan la situación interior de los personajes en la que se muestra el dilema entre la realidad y la mente, entre lo interior y lo exterior.

            Pensemos en los bloques en los que podemos, provisionalmente, dividir este tipo de escritura en República Dominicana: primero, la exploración psicológica neorrealista; segundo, la exploración del inconsciente como pathos, como enfermedad; y tercero, la relación del inconsciente y la represión del poder. Como se nota en Los ángeles de hueso, o Trementina, clerén y bongó, de Julio González Herrera, que corresponden al tercer grupo; “Hormiguitas”, de Sanz Lajara y Los Algarrobo también sueñan (1978), de Díaz Grullón. Y la exploración psicológica que tiende hacia lo maravilloso o fantástico, la escritura de Zapata trabaja más el segundo nivel.

            En sus narraciones, la realidad se usa como marco o referente para contrastar el mundo de afuera con relación al interior. Y a veces abole la línea que los separa. Los temas realistas quedan muy limitados. Por ejemplo, aquellos textos que refieren a la emigración dominicana en Nueva York, como “El tren de Saint Nicholas”, donde el sujeto se encuentra en lucha contra el ambiente y no puede ubicarse. La idea de un Nueva York infernal, como nos lo recuerda Lorca (Poeta en Nueva York, 1930) y el Nueva York como selva de cemento de la tradición, aparecen aquí recortados frente a un sujeto que se ve fuera de su espacio, y “muy adentro, muy adentro” (74).

            Roberto y Carmen son los personajes que pueden atravesar muchas de estas lecturas. Aparecen como personajes en más de una. En “La búsqueda”, la historia es tierna y muy humana. Lancera el sentido fronterizo, marginal, costero. Un límite que es el de la sociedad misma; sin embargo, el amor puede triunfar en los escenarios más inverosímiles.  Es un texto que atrapa y nos lleva a otras lecturas, o a otro cuento “Eterno retorno”, donde Carmen y Roberto aparecen de nuevo y termina con esta frase: “Carmen, no moriré por ti dos veces” (43).

            En “Nada (memoria de un suicida)”, un tema que me parece interesante más allá de la exploración del pathos que es central en los relatos de Zapata: la huida de la realidad y el encuentro con un mundo de fantasía que lleva a los personajes a salir de lo “real”, y a una conducta que, vista por los otros, parece justamente un fuera de lugar. Buscar algo más allá que lleva a traspasar de esta a otra vida, con la consiguiente anulación de la primera, como ocurre en la búsqueda de “los inmutables”.

            Desde el punto de vista técnico estos cuentos sobresalen, he dicho más arriba, por su brevedad, por la construcción de una prosa rítmica de un lenguaje que no busca ser poético, aunque alguno lo logre. También hay que agregar la construcción de los narradores: desde el narratario, donde un narrador se dirige a un personaje que parece escucharle, pero que no interviene en el parlamento. Hasta la focalización en primera persona, con un esquema donde el autor queda separado de la narración, como ocurre en el rango de los relatos homodiegéticos.

            Otro aspecto que me parece relevante es el intento de sacar de la situación un propósito mayor, sin que el arte se convierta en una exploración de los temas científicos que el autor, como profesional de la salud mental, maneja. Las conceptualizaciones nos llevan por distintas rutas para que el lector pueda comprender ciertas dinámicas de la vida.

            El cuento “Una escalera” que trata el tema de los derrotados parece configurar un cosmos en que se retrata cierta conducta de los dominicanos de izquierda. El mundo de los derrotados es otro. Y nos lleva a una separación entre este y el mundo de la cotidianidad. El sujeto narrador lo valora y el personaje, al final, regresa. Por lo que no es un mundo que se pueda convalidar con nuestra sociedad. Es un puro desvío que logra presentar cierta crítica social. Como en Los derrotados (1955) del puertorriqueño Cesar Andreu Iglesias, estos derrotados lo son por sus ideas y accionar político.