Miguel Ángel Fornerín
La figura de Cristóbal Colón, su recepción y estimación, parece haber cambiado con el paso de los tiempos. Algo normal, pero que en su caso no ha sido para bien, sino para mal. Podríamos decir que es también el Almirante de la Mar Océana, un parias forjado por los males del siglo XXI. Avanzaré en este artículo algunas ideas para la discusión de este fenómeno cultural e histórico.
Quien revise los discursos producidos en las celebraciones del cuarto centenario del descubrimiento de América, entenderá al comparar la estimación que tuvo Colón en el siglo XIX con lo que ocurre en el siglo presente. Para la intelectualidad decimonónica Cristóbal Colón era un civilizador. Había traído a América la civilización europea y también había iniciado el cristianismo en estas tierras. Por lo que el fin de siglo (1892) fue la oportunidad para reconocer a esa figura egregia de nuestra latinidad. Con cuyo término se separaba de España, afectada como estaba por la leyenda negra.
Los homenajes a Colón fueron muchos, y algunos quedaron para la posterioridad en el mármol de las estatuas y en las plazas que en su memoria se levantaron. Uno buscaría una explicación para tales expresiones de gratitud en las visiones culturalistas del siglo que terminaba. Ponga por ejemplo, la narrativa culturalista que se iniciaba en Alemania en el siglo XIX, obras que buscaron explicar la cultura desde ciertas visiones eurocentristas. Para verlas en su etapa final y, estimarlas, hay que revisitar las obras del belga Pirenne (Histoire de Belgique, 1900), en las del alemán Oswald Spengler (Déclin de l’ Occident, 1920) y en la del inglés Arnold Toynbee (A Study Of History, 1934). Ver: “Deux Philosophies Opportunistes de l’histoire, de Spengler à Toynbee”. Febvre, Lucien. Combats pour l’ histoire. Armand Colin, 1992, págs. 119-143.
En República Dominicana quedan los rastros de esa alta estima de Cristóbal Colón. La Plaza Colón con su estatua señalando un incierto destino en la que una india de anchas caderas inscribe con letras doradas el nombre del navegante. Luego como obra de la arquitectura y reafirmación de su latinidad el Faro a Colón, que fue empujado por la idea de la unidad panamericana, en la que los dominicanos, en su interés por las primacías de América, aportaron un faro para ejemplo de todo el continente.
Bien es cierto que Colón debía unir nuestras aspiraciones latinas. Que el liberalismo surgido de la revolución francesa, ya cansado de batallas y de gobiernos autoritarios, apelaba además por una figura neutral que nos uniera a todos en una mancomunidad en la que los españoles no tuvieran tanto que ver por su pasado colonialista y sí la modernizada Francia. Para ello contribuyó sin dudas, José Enrique Rodó con Ariel (1900), aparecida dos años después del cuarto centenario. La recuperación de Colón por el liberalismo y la culturalista que iniciaba Rodó, era también un ariete contra el naciente imperialismo estadounidense.
Basta leer el poema “A Roosevelt” de Rubén Darío para aquilatar este detalle. Colón era la figura puente. El civilizador y el introductor del cristianismo. Pero en el siglo presente otra ha sido la historia del navegante genovés. En El arpa y la sombra (1979), Alejo Carpentier nos da otra imagen de Colón. Digamos que hay una desmitificación de ese Colón tan celebrado en el cuarto centenario de su gesta.
Esta novela es muy carpenteriana. Nos permite ver al autor y a sus obras como un solo entramado. Y más que todo aportar por un cierto género de novela fundado por el cubano. Una especie de nívola unamuniana. Pero no es Unamuno, es Carpentier. Si el primero está enfocado en lo humano a través de la filosofía, el segundo en lo maravillosamente humano centrado en la historia. Pero el género novela es como el ensayo, un discurso muy personal. Un lenguaje. El de Carpentier es el neobarroco americano. En el Arpa y la sombra está lo humano de Cristóbal Colón y las maravillas de este personaje.
Alejo Carpentier compone una novela breve, como lo es El reino de este mundo (1949). Dice que es como en la música una variación. Y eso nos lleva a pensar que es una variación de todas sus novelas. Que ellas se encuentran textualmente en una metatextualidad dada por la cultura del autor. Como en el Reino de este mundo, la obra tiene un lenguaje barroco, una expresión estilizada y busca lo maravillosamente humano de nuestro mestizaje. La forma un poco perdida de nuestro destino. La pérdida de la ilusión libertaria. Como lo hace en El siglo de las luces (1962). Carpentier tiene ese constante envío a la Revolución francesa y a la modernidad como relato, como aspiración humana y nuestro encuentro y desencuentro con lo europeo.
De cierta manera Carpentier rompe con el eurocentrismo expuesto por el culturalismo de Europa e introduce la magia. Con lo cual sigue desandando sus pasos y las visiones culturales de su juventud. Apelar a la condición negra de la cubanía. Volver a los negros de Fernando Ortiz en Los negros brujos (1906). Buscar lo maravilloso de nuestra condición de caribeños. Pero hay algo más, al centrarse en Colón, ve el personaje como si fuera un hipertexto. Colón es una textualidad lanzada a nuestra propia imaginación. Y si crear es hallar, Colón es sinónimo de descubrir.
Pero, desvelar lo que está en los libros. Todo el orbe está ya escrito. Todo está llevado a las palabras. De ahí que Cristóbal Colón era un personaje de relatos, de múltiples relatos que hemos heredado. Y en los que se encuentra nuestra condición humana. Él fue el portador de esa voluntad de llegar más lejos. De otear el Finisterre y mover las fronteras continentales, éticas, civilizatorias, religiosas, comerciales, pero también las metafronteras textuales. Su vida es también una variación, en el buen sentido musical.
Dos textos crean a Cristóbal Colón, uno es el libro El millón (o Libro de las maravillas) de Marco Polo, con el que orienta su deseo de llegar a oriente viajando por occidente. El otro es la tragedia de Séneca Medea. En esta se expone: “Vendrán los años del mundo ciertos tiempos en los cuales el mar Océano aflojará los atamientos de las cosas y se abrirá una gran tierra y, un nuevo marinero como aquel que fue guía de Jasón, que hubo nombre Tiphi, descubrirá nuevo mundo, y entonces no será la isla Thule la postrera de las tierras” (82).
Colón elabora un plan y busca venderlo en Portugal. Para eso se vale de una mujer. “En Lisboa, pensé como el poeta, que “el mundo por dos cosas trabaja: la primera, “para hacer mantenencia”, y la otra, “por haber juntamiento con hembra placentera” (89). Ya en Derecho de asilo (1972) la voz narrativa había dicho: dos cosas mueven el mundo: el sexo y la plusvalía. De la Felipa de los Braganzas, pasa Colón a la guapa vizcaína que le dio otro hijo. La escritura que pone a hablar a un Colón barroco antes de la confesión con los franciscanos aparece un pasaje en el que cachondea con los versos de Romancero gitano de Federico García Lorca, dice : “que cuando yo me la llevé al río por primera vez, creyendo que era mozuela, fácil fue darme cuenta que, antes que yo, había tenido marido” . (94).
(Continuará).