Miguel Ángel Fornerín
Dos elementos caracterizan la historia de las artes visuales de Puerto Rico, que las unen a las del Caribe: la primera es, a mi manera de ver, la búsqueda incesante por redefinir nuestra condición de seres en el espacio caribe y, la segunda, la mezcla de todos los estilos y formas de la tradición para resignificar nuestra diversidad. Pongamos como ejemplo la obra del artista puertorriqueño Domingo García, quien ha terminado su recorrido vital y estético recientemente.
Con medios viajeros los puertorriqueños han realizado un arte que pone en escena artificios estéticos mediante distintos soportes, los desafíos de una cultura caribeña mestiza que no ha estado en el origen de la tradición, que no ha producido sus propias formas, géneros, discursos o lenguajes, pero que ha hecho de los discursos, géneros y lenguajes su propio teatro para construir un discurso sobre su estar en el mundo.
El artista Domingo García es un claro ejemplo de las búsquedas y vicisitudes de los puertorriqueños. Proveniente de una familia de nacionalistas, parte con sus padres a Nueva York y vive los retos de los inmigrantes en el contexto de la Gran Depresión que azotó a ese país luego de la caída de las bolsas de valores en 1929. Cuando el niño Domingo García llegó a Nueva York, Puerto Rico vivía en similar estado. Y los nuevos emigrados tuvieron que depender de las ayudas para calmar el hambre y la pobreza.
Las calles de Nueva York estaban pobladas de inmigrantes de distintas nacionalidades y el discrimen contra los puertorriqueños se encontraba en su punto más alto. García fue a la escuela en medio de la lucha de pandillas y a la fuerza terminó la Escuela Superior. Pero cerca de su casa había muchos museos y esto, junto a cierta inclinación proto artística de su padre, lo lleva al mundo del arte. Debido a negarse a participar en la Guerra de Corea el joven tuvo que cumplir nueve meses en prisión.
Los estudios en Nueva York y en Londres lo encaminan a tener una conciencia artística que se hecha de ver en sus escritos y también en sus conversaciones. Domingo García era un intelectual del arte, tenía una conciencia de su oficio y, como muchos de su generación, demostraba un gran amor por la patria puertorriqueña. Regresó a la Isla cuando se estaba desarrollando una nueva escalada de los valores puertorriqueñistas con la fundación del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) en 1952. También un grupo de artistas pintores, grabadores, músicos, escenógrafos, poetas y novelistas tenían un pulseo fuerte con el proyecto desarrollista de Luis Muñoz Marín, que inició con el programa de desarrollo económico Manos a la obra de 1947.
Domingo García es una figura en la transición del arte que busca denunciar el estado de los puertorriqueños de la calle; la situación de los barrios marginados. Un arte crítico en un momento de crisis social que el desarrollismo buscaba redimir. Mientras la economía estadounidense destruía cada intento de los puertorriqueños por producir para el mercado propio, de tal manera que Puerto Rico se hacía más dependiente económicamente de los comerciantes del Norte. Por eso la ubicación de García en la historia del arte de Puerto Rico se encuentra en tránsito entre la generación de las décadas 1950 y de 1960.
García ve en las artes visuales y concretamente en las artes plásticas problemas conceptuales como la distribución del espacio, el balance de opuestos dinámicos, la creación de múltiples centros de interés, los principios de diseño y la teoría del color. Para él todo arte es conceptual, y el punto de arranque es el artista que con su intuición filtra los elementos de la realidad para expresarlos intelectualmente (Ramírez, 1999). Aunque García es un artista vanguardista no acepta el vanguardismo al estilo Dada, que postula que todo lo que toca el artista es arte. Mas bien, entiende que el artista debe transformar y cambiar la tradición. Un pasado que el creador debe conocer. Postula que el arte verdadero se da junto a la búsqueda constante de medios para expresar la condición humana.
Este aspecto me parece muy interesante porque García, quien tuvo discípulos y trabajó por varios años como profesor en la Escuela de Artes Plásticas, que el artista se encuentra biografiado en todas sus obras, que la búsqueda artística es una indagación personal, pero también social. Como hombre de su tiempo, piensa que hay una relación entre el arte y la literatura; que el arte también narra o cuenta la realidad pero, como vanguardista, no le interesa contar, sino resignificar ciertos valores sociales. De ahí que tengamos en García a un vanguardista que no se aleja del artista comprometido de su tiempo, a la vez que busca la transformación de la tradición. Él sabe que es esta una montaña a escalar por cada creador.
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La obra de Domingo García conforma, en fin, una poética de la pintura que se afianza en uno de los momentos más sobresalientes del arte puertorriqueño en que se busca la universalidad mientras se mantiene la puesta en escena de los símbolos, iconos y representaciones que remiten a una condición humana que intenta salir del estado colonial. En sus cuadros, lo sublime se presenta a través de la línea y del color. No deja de poner en sus obras lo tenebroso y grotesco. Sus autorretratos representan su búsqueda de la identidad personal y colectiva. Sus bodegones y sus paisajes prefiguran un hacer donde el dominio de la técnica y la presentación de la realidad resaltan el interés en la experimentación, en una novedad que no se aleja del intento de superarse a sí mismo.
Ramírez, Mari Carmen. Destellos del yo: seis décadas en Domingo García. Ediciones Fundación Galería Latinoamericana, 1999.