Miguel Ángel Fornerín
El libro de Alberto Monterroso, Séneca, la sabiduría del imperio (2018), nos lleva a pensar en el estatuto de los estudios de la historia y la cultura clásica en los tiempos que corren. Frente al abandono que se registra en el estudio de la filosofía, las lenguas clásicas (latín y griego) y la historia antigua, cabe que el lector interesado se preocupe por el estatuto de las humanidades en la actualidad. Tal vez esta situación delate el perfil verdadero de nuestros tiempos: la preocupación por la inmediatez y los asuntos menos profundos.
Esta obra, que es una biografía del perfil intelectual de Lucio Anneo Séneca y un vivo relato sobre la historia del Imperio Romano, debe ayudar a subrayar la importancia de las humanidades y las razones por las cuales Occidente parece olvidarse de estudiar sus orígenes. Séneca es unos de los pensadores más interesantes de los que escribieron en la base de la Era Cristiana. Y tal vez uno de los que mejor ilustra el papel del intelectual frente al poder.
En su libro, el profesor cordobés Monterroso pone ante nuestra atención una obra llena de sabiduría e inquietudes que debe interesar, por sus variadas perspectivas y contextualizaciones, a aquellos que aún no sucumben al imperativo de nuestro tiempo. Anteriormente había leído Séneca y el estoicismo (1996) de Paul Veyne y creo que esta obra mucho más ambiciosa y extensa, es una de las que mejor ayuda a comprender la figura del filósofo latino nacido en la ciudad de Córduba (Córdoba) en la Hispania romana.
Y es este el primer eslabón de esta concatenación de hechos históricos y planteamientos intelectuales que hacen destacar la obra: mira a Séneca desde su origen cordobés; muestra como pocos la importancia de esta ciudad en la constitución intelectual y política del Imperio Romano. Córdoba es una ciudad muy calurosa ya en abril y destaca por su famosa mezquita; muestra la violenta imposición religiosa en su arquitectura. Se distingue por sus orígenes árabes. Pero la historia de esta ciudad como provincia de Roma no aparece tanto en los edificios como en el relato muy bien hilvanado por el profesor Monterroso.
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Córdoba fue una provincia que aportó aceite de oliva y minerales al imperio. Fue cuna de importantes poetas como Sextilios Enea; oradores como Porcio Latrón; emperadores como Trajano y Marco Aurelio y un gran filósofo como Séneca. En este libro se presentan los orígenes del filósofo, la importancia de su padre, Lucio Anneo Séneca, Séneca el Viejo, quien muchas veces se olvida que era un historiador, que vivió las guerras civiles y el inicio del imperio con Octavio Augusto. También fue un influyente intelectual de su época, un rico comerciante de Córdoba que hacía su vida en Roma y que pertenecía a la élite de los équites o caballeros romanos, quienes manejaban la esfera económica y administrativa del imperio. Y por demás, era favorable a la República, es decir, un opositor al absolutismo que tomó fuerza con la llegada a Roma de César como vencedor en las Galias y con la derrota de Pompeyo en Egipto.
Reitera el autor el perfil de Córdoba, que fue una ciudad incendiada durante las guerras civiles. Los que favorecieron la república fueron derrotados y el verdadero vencedor, Octavio Augusto, de la familia de los Julio, supo gobernar con un Senado mediatizado, lo que hizo que en la pax romana creada, gente como el padre de Séneca fueran sus partidarios. El libro muestra la experiencia política de Séneca el Viejo, su itinerario intelectual, su posición política. Su casamiento con Elvia Albina, quien le dará tres hijos.
Séneca recibió de su madre, quien conocía los fundamentos del saber y las ciencias, las primeras lecciones hasta los siete años. Luego, en brazos de su tía, llega a Roma para continuar bajo la supervisión de su padre los estudios con el ‘gramáticus’, entre los que se destacaba la literatura y discusión de textos que hoy llamamos clásicos, como “Ilíada”, y se estudiaba también griego y latín.
Alberto Monterroso presenta la inclinación de Séneca el Viejo por la retórica y la importancia que tenía esta disciplina en la formación de la élite gobernante; destino que quería el padre para su hijo.
Pero en sus estudios superiores, el joven Séneca estaba más interesado en la filosofía, una disciplina entonces menor. Aunque no dejaba de estar inclinado por la política. El autor presenta el estoicismo como una de las corrientes filosóficas de la época, junto al pitagorismo y el epicureísmo. Pero el estoicismo no era una mera filosofía y no se debe entender como entendemos esa disciplina hoy: era el estoicismo una ideología que mezclaba el saber a la vida. Era una corriente que unía el saber a la práctica social y política del individuo.
Esa ideología propugnaba por una construcción del sujeto, por un sujeto consciente, racional, que no estaba limitado por creencias míticas o religiosas. Que en el campo religioso planteaba que Dios estaba en toda la naturaleza y que, en el fondo, la búsqueda final del hombre era encontrar una cierta razón universal.
Séneca estudió con filósofos como el estoico Átalo y escucha al pitagórico Soción de Alejandría, quien ejerce una gran influencia en el joven de 16 años, que ya en su juventud había hecho práctica de no aceptar ninguna idea “sin someterla a la crítica de la razón” (145). Séneca estaba en el camino de una filosofía práctica, pero un accionar que no debía estar fuera de las normativas del imperio. De ahí que Séneca buscará armonizar las acciones a una vida sin conflictos con el poder. Roma había pasado de la República al segundo Triunvirato; del Gobierno del ‘princeps’, el emperador Octavio Augusto, al de Tiberio, cuya sucesión desata crímenes y luchas entre las casas gobernantes.
La formación intelectual del joven Séneca tiene su origen en Grecia en los presocráticos, en los pitagóricos y en la búsqueda del Logos. Monterroso destaca la partida a Egipto de Séneca debido a los problemas de salud. En África estudia la naturaleza, los mitos y las religión egipcia. Asiste a la biblioteca de Alejandría, donde se muestra un enorme saber. Allí acentúa su conocimiento de una sabiduría ascética, con tintes platónicos y pitagóricos; pero, poco a poco, se va perfilando como un filósofo con ideas propias (151), un gran amante de todos los saberes y “un estoico heterodoxo” (Ibid.).
El ascetismo de Séneca lo liga Monterroso a la lectura de Fabiano Papiro, quien influye en el joven filósofo. Papiro tuvo un discurso ético y moralizante, “critica al lujo y la riqueza”, defiende “la sobriedad, la necesidad de soportar la adversidad con valentía, la incitación a la clemencia” (152). Entonces, apunta el profesor Monterroso, Séneca se transforma en el filósofo que abandona la retórica para dedicarse exclusivamente a la filosofía (153).
En suma, considera el autor de Séneca, la sabiduría del imperio (Almuzara, 2018, 492 págs.) que el gran valor de la figura y el pensamiento senecanos estriba en su originalidad, en la postura personal y en la búsqueda de la libertad a través de la interioridad” (Ibid). Clama el cordobés en su pensamiento por una deriva pitagórica que postula la confraternización de todos los seres de la naturaleza y se forma como el intelectual más enciclopédico de las primeras décadas del cristianismo. (continuará).