Edgardo Nieves Mieles, una figura prominente entre los escritores puertorriqueños de los ochenta, destaca por su singular poesía que mezcla lo cotidiano con lo político, desafiando las normas literarias y explorando la vida diaria en su obra , No te soy infiel porque echaría a perder la capa de ozono (2022). En este ensayo, Miguel Ángel Fornerín analiza su trayectoria, su influencia en la poesía puertorriqueña y su capacidad para capturar las tensiones de una sociedad en declive mediante un estilo poético único y neobarroco.
Miguel Ángel Fornerín
Edgardo Nieves Mieles es una de las figuras más importantes del grupo de escritores de la década de los ochenta. Es poeta y narrador. Ha publicado de forma invariable su singular poesía desde El ramalazo de semen en la mejilla ortodoxa (Ricardo Garúa, 1987), pasando por su antología Las muchas aguas no podrán apagar el amor (Isla Negra, 2002), A quemarropa (Espejitos de papel, 2010) y ahora queremos abordar su último cuaderno: No te soy infiel porque echaría a perder la capa de ozono (Letras Salvajes,2022).
De esa hornada, que tiene poetas como Mayra Santos Febres, Alberto Martínez Márquez, Carlos Roberto Gómez Beras, Zoé Jiménez Corretjer, Rubén Moreira, entre otros. Se ha dicho con toda razón que ha sido la menos publicada y, por consecuencia, es un grupo poco conocido en la literatura puertorriqueña. No hay que entrar, por el momento, en las razones para la exigua difusión de este grupo que, sin embargo, despliega un trabajo de gran valor como generación de relevo de los autores de los sesenta.
Como sus predecesores, José Luis Vega, Vanesa Droz, José María Lima, Jan Martínez, etc., reaccionan contra la poesía política que busca expresar los problemas de la nación. Y se centran en asuntos más cotidianos en lo que, como se puede observar en la poesía de Nieves Mieles, no se pierde lo político y despliega el sentido contestatario a una sociedad desarrollista decadente.
Ya he dicho que la poesía puertorriqueña de las últimas décadas se puede ver con el intento de recrearse como poesía latinoamericana, sin dejar de ser puertorriqueña. Los autores puertorriqueños del setenta bebieron en las fuentes latinoamericanistas que potencian su literatura y la empujan a las alturas de América. Y creo que este es su hito más sobresaliente. Ya que la poesía de Puerto Rico es una de las mejores del continente. Esto debido a distintas razones: dialogó muy rápido con el parnasianismo (“Las huríes blancas», 1886 de José de Jesús Domínguez (1843-1898), con el modernismo de Darío, con las obras de Llorens Torres y Monteagudo; con el vanguardismo, la poesía de Palés Matos, Miranda Archilla y Clemente Soto Vélez. Fue poesía feminista con Julia de Burgos, Rosario Ferré y Nolla… Y posvanguardista con José Luis Vega e Iván Silén.
Decía más arriba que la poesía de Nieves Mieles es muy singular, debido a la personalidad del autor. Nieves Mieles es uno de los poetas que con más dedicación toma su oficio artístico. Su vocación de lector y su oficio de la escritura son modelos para las próximas generaciones. También vale decir que su propuesta poética viene de sus estudios y de sus lecturas. Encontramos en su poesía una serie de contextos que remiten a la historia literaria. El barroquismo de su expresión resalta un cierto diálogo con la gran poesía española. El uso del verso largo, los títulos extensos que buscan un diálogo con distintas culturas. La belleza parnasiana del verso que no está instalada como adorno, sino como expresión de una poesía que tiene ya asentado muy bien su talante.
Como José Luis Vega, busca en la cotidianidad un decir que explota como dardo y deconstruye las ideologías, las poses de una colonia en declive, de un desarrollismo que la generación anterior, Ana Lydia Vega, Magali García Ramis, Tomás López Ramírez… ha figurado. Ese desarrollismo urbanístico, que da a la luz un nuevo lenguaje y que el autor reenvía hacia la ironía. Un tropo carroñero. Muy fuerte, pero a la vez muy estético.
Si en El amor es una enfermedad del hígado, leímos sus contextos y referenciasa la cultura clásica, (a las lecturas universitarias de una generación que se educó con el plan Chicago, (cuando las humanidades eran centrales en la educación universitaria, antes que el pragmatismo acabará por proporcionar un duro golpe al mundo del saber), su poesía posterior ha buscado, más que la complicidad con un lector de cultura formada, la vida de la gente ( “No me tientan más las vacaciones de la muerte/ en la Nebulosa de Andrómeda). Columpio mis mejores deseos en la certeza de que nosotros, los de entonces, tampoco somos los mismos”, intertextualidad referida a Pablo Neruda… De ahí su manera de darle forma al sentido de la vida. En una poética que toca la experiencia, la crónica, la vida chata de los sujetos: “Y se pregunta en cuál motel de paso/ quedaron las frescas caricias/ con las que el ahora zángano de la colmena / solía arropar la apagada fiebre de su cuerpo” (22).
El poetizar la vida cotidiana de la gente, su lengua, sus prácticas, sus aptitudes, en un mundo sin utopía, constituye las formas simbólicas del decir de Nieves Mieles. Que no escribe para hacer poesía bella instalada en el impresionismo neutro. Sino que a cada instante nos muestra la vida, sus tensiones sociales y políticas.
Veamos algunos ejemplos: “…cuando recuerdo la fragancia de azucenas calientes/ con las que me echabas la bendición / cada vez que salía rumbo a la escuela. / Esa que resultó una de las 480 cerradas por un Gobierno de ineptos y rufianes).» Y en “Apaga la tele, Casandra…” escribe: «Dicen las estrellas que los fugaces somos nosotros” (23). “Te regalo este charquito de letras/ para que remojes la esperanza/ cuando sientas que te derrumbas/ igual que esas toneladas de cenizas tóxicas/ que día tras día depositan en Peñuelas y Guayama” (56).
La poesía de Nieves Mieles procura captar la vida cotidiana; la existencia con sus bemoles. El yo lírico se ficcionaliza y entra en la crónica lírica de la vida. Y así funda un discurso del instante, de lo que pasa, de lo que ocurre y cambia; evoca la intertextualidad culta, letrada, libresca, por una pequeña huella del tiempo vivido, de la existencia, de lo que hemos compartido juntos. Esos elementos llegan mediante el lenguaje, sus referencias, pero también son captados por el ojo observador del poeta y por la razón poética y política que lo funda.
Las formas de su decir la observamos en su poema “Si el jobo caído no salta y se reúne a su rama es porque te falta paciencia para creerlo (sistema referido a Emilio Adolfo Westphalen)”: “Si el pan te mal acostumbra a alquilarte para soñar, / no volverás a tener ni gato ni pelo largo”; “Si le das riendas sueltas al carrusel de tu risa, / escucharás el olor a podrido saliendo del Capitolio” (60). En estas formas apalabradas las cosas que vienen del pasado arbóreo y natural contrastan con la cultura intelectual, cosmopolita y urbana. Esos dos Puerto Rico están en su poesía: el que era y el que ha venido a menos. En medio de los contextos más cercanos y los lejanos se encuentra un decir que recupera el tiempo, el lenguaje y la maravilla de lo insólito, lo nuevo, lo sorprendente.
En la poesía de Nieves Mieles, el amor es central como tema femenino; las mujeres, en su belleza y maravilla, viven el paso de los tiempos y de los años. Todo pasa. Todo es tocado por la ley de la gravedad: “por obra y gracia de la risa y el azar, / no se le acaba el gozo de sentirse diva en minifalda” (64). Sobre la poesía del autor ha dicho Juan Duchesne-Winter: “Nieves-Mieles nos recuerda que la poesía no es la vida, sino la vida y algo más: el genio y el oficio”. ¡Qué su lectura no se quede esperando!