Miguel Ángel Fornerín
El libro de Fran Moya Pons, “La dominación haitiana 1822-18844” (2013), además de ser una moderna interpretación del pasado de los dos Estados que componen la isla La Española, se destacan los cambios políticos y económicos que llevan a los dominicanos a la negación definitiva del “fait accompli” de la unión, y nos deja ver las diferencias culturales y los choques en las formas productivas que dominaban ambas partes de la isla.
Tal vez haya que volver a “Ideas del valor de la Isla Española” de Antonio Sánchez Valverde para encontrar el relato de las diferencias entre los habitantes de Santo Domingo francés y el Santo Domingo español. En el periodo de 1822 a 1844, chocan los modelos productivos. Por un lado, el interés de los dirigentes haitianos en forjar una república negra heredera de una moderna formación capitalista que unía explotación intensiva al mercado europeo y los intentos de una clase recesiva del Este de mantener sus privilegios.
Si bien es cierto que la colonia francesa hizo que se desarrollara una clase hatera que vendía ganado en el Oeste, que los hatos de la cercanía de la frontera aumentaran considerablemente y fueran productivos, que ciertas ciudades de la banda del norte también tuvieran una mayor visibilidad como escenario económico y político del Este, lo cierto es que el sistema de las tierras comuneras vino a afectar la posibilidad de un solo Estado centralizado en Haití.
Aunque Price-Mars en “La República de Haití y la República Dominicana” (Tomo I) habla de la “comunidad dominicana” lo cierto es que esta formación no existía propiamente en 1821, cuando Núñez de Cáceres se propuso realizar aquí la independencia de España y aliarse a los movimientos que se hacían en el continente. Lo que nos queda es un conjunto de discursos que no pueden ser analizado como parte de una comunidad fuerte, sino como la expresión de su nacimiento. La proclama de Núñez de Cáceres (“Discurso ante Boyer”, Santo Domingo 9 de febrero de 1822, Inoa, 2013 pág. 301 y ss) muestra a un intelectual liberal, pero no a los dominicanos interesados por el beneficio económico que la unión le podría traer.
Los que llamaron a Jean Pierre Boyer, que son la base de los alegatos de Price Mars no constituían la sociedad dominicana, sino una parte del interés público que tenía negocios y relaciones con los vecinos del Oeste. Por lo que el llamado apoyo que tuvo Boyer, refutado por García y otros historiadores dominicanos, no muestra el interés de una comunidad en la formación de una alianza histórica entre ambos gobiernos.
Bajo el gobierno de Boyer, todavía Haití era más grande en población, era mucho más próspero y su clase política y económica era mucho más activa. Los problemas de Haití eran cuatro: el reparto de tierra, la deuda con Francia y el dominio de una concepción autoritaria del Estado. A eso hay que agregar el patrimonialismo con el que se manejó desde el gobierno de Dessalines los bienes públicos.
Las posibilidades de una unión permanente dejaban ver, primero, que no se fusionaron ambas culturas. El mismo Boyer en el discurso que le da cuenta a los haitianos de la unión del Este no planea ideas utópicas. Esta pieza no muestra la existencia de un plan utópico entre ambas islas. Por lo demás, el discurso se centra en elementos muy vagos como la idea de la hermandad o de “pater” político con quien llegaba el hombre fuerte y necesario para los habitantes del Este.
Moya Pons muestra las dos grandes contradicciones entre ambas partes de la Isla. La situación política en el gobierno haitiano. Desde su formación Haití tenía una división racial que se manifiesta por la presencia de los mulatos como clase económica intermedia y que pone una fuerza de control contra el dominio negro (Bosch, 1970). Las contradicciones políticas tienen una expresión directamente económica. Para solucionar el problema del trabajó se recurrió a formas autoritarias que buscaban motivar el trabajo del negro en las modernas plantaciones descolonizadas (Moya, 1972). Mientras que para calmar a los que quería poseer tierras se vio con buenos ojos repartir las del Este.
El choque entre las formas productivas recibidas de las tierras comunera pone en tensión las prácticas del pasado con las prácticas modernas de la tenencia y explotación de los terrenos. La forma en que el Estado haitiano se apropió del espacio, las tierras libres y las de los terratenientes que se marcharon, fue, tal vez, el punto de no retorno entre la colaboración de la clase económicamente activa de la parte del Este con las del Oeste.
Estás contradicciones marcan el final de la colaboración y el surgimiento de una expresión política en la parte del Este que le puso fin a la unión. El discurso de Bobadilla de 1844, ( “Manifiesto del 16 de enero de 1844”, Inoa, 357 y ss) es una exposición que funda el memorial de agravios que separa ambos gobiernos. El manifiesto que se plantea como acta de la independencia es el descargue de una clase económica que se sentía agraviada por otra, (véase: “Antecedentes del 27 de febrero, proclamas y manifiestos patrióticos” en Alfau Durán en Clío, II, 1994, 177 y ss). Era la expresión de la clase dirigente frente al fracaso de la unión política. En ese documento se encuentra una síntesis de los acontecimientos que hicieron que fracasara el proyecto de Boyer.
También es un documento significativo en la medida en que es el debut y la despedida en el escenario de 1821-1844 de una clase que, herida de muerte con la abolición de la esclavitud y la supresión de los bienes a los que se fueron, tendría poco futuro en un mundo liberal que se abría entonces en toda Hispanoamérica. Otros actores económicos estaban haciendo su entrada en el escenario dominicano: los exportadores de caoba, los cultivadores de cacao y tabaco.
Contrario a lo que se pudiera esperar, no asoman en estos discursos las posturas identitarias. La unión fracasó porque fue una aventura política y tuvo un final político y causado por la situación económica, pero también por el centralismo y el autoritarismo. Las clases económicas del Este eran muy pequeñas, el país era poblacionalmente pequeño. Mientras que Haití era una sociedad sumamente dividida. Los comerciantes dominicanos quisieron echar adelante un proyecto económico que pronto hizo aguas.
Mucho tiempo después, Jean Price-Mars quiso poner en esta realidad una idea producto de los estudios psicológicos. El fracaso de la unión se debió al carácter bovárico de los dominicanos. El etnólogo no encuentra las verdaderas raíces de esta etapa en las relaciones domínico-haitianas. Las diferencias entre las culturas del Este y la del Oeste, ni en el idioma, la religión, el vudú, el matrimonio, etc., fueron los circundantes que jugaron algún papel fundamental. Eso es lo que se puede colegir de los relatos escritos. Los discursos identitarios que se involucran en los análisis y en la formación de relatos justificadores que han tendido más a cerrar que a acercar a dos países que comparten el mismo territorio.
Quien introduce el tema racial es De la Gándara, citado por Price-Mars: “Más que esas montañas, sin embargo, lo que separa desde el siglo XVII a Haití de Santo Domingo, es el odio racial, la inextinguible antipatía de origen, proveniencia y nacionalidad” con diferencias producto de su pasado colonial (Price Mars, 1953).
Finalmente, quiero dejar constancia de que los discursos identitarios podrían estar vectorizando una reconstrucción del pasado que poco tuvo que ver con el fracaso de la unión política que se dio en 1822, como parte de una coyuntura histórica (continuará).